Lo que puede pasar PORNO hablar con los niños

Durante los más de veinte años en los que, hasta ahora, he dedicado al estudio de la criminología, son muchos los temas relacionados con el comportamiento humano que han despertado en mí un interés especial. Uno de ellos es, precisamente, la relación existente entre el sexo y la conducta criminal.

Aunque el Diccionario de la Lengua Española define la pornografía como la “presentación abierta y cruda de sexo que busca producir excitación”, esta definición admite mil matices. Se podría decir que, hoy en día, todo vale en la pornografía y que, además, está en todas partes.

Con la llegada de las nuevas tecnologías se produjo la desprofesionalización de la industria del porno. Antes de ese hito, la mayoría de los títulos de este tipo de material nacían en el Valle de San Fernando (California), pero, a partir de ese momento y especialmente en la actualidad, cualquiera con un simple teléfono móvil puede producir contenido para adultos. Y sólo necesita una conexión a internet para difundirlo.

Esta desprofesionalización no está exenta de riesgos. Si antes alguien consumía una película rodada en el conocido como el “Valle del porno”, ni se planteaba que ese contenido no estuviese ajustado a la legislación vigente. Es decir, daba por supuesto que las personas que aparecían en esas imágenes eran profesionales de la industria que lo ejercían de manera libre y consentida. Sin embargo, hoy esa seguridad para el consumidor ha desaparecido.

Por ejemplo, en la red se pueden encontrar cientos de miles de videos de “pornovenganza”, es decir, imágenes que fueron rodadas en el más estricto ámbito de la intimidad de una pareja pero que, una vez que se ha producido una ruptura, se han subido deliberadamente a cualquier plataforma con el único fin de poder causar el mayor daño posible a quien ha dejado de ser su pareja. Algo que es más preocupante aún si, además, los que aparecen en esas imágenes son menores de edad.

De este modo, lo cierto es que cualquier persona que consuma pornografía puede estar excitándose con ese contenido sin imaginar su oscura procedencia. Sin duda, el porno ha ido evolucionando con el paso del tiempo. Antes era más difícil encontrar imágenes o videos con tintes violentos y, sin embargo, hoy en día está al alcance de cualquiera pues su carácter es legal, gratuito y de fácil acceso. De este modo, éste es un contenido al que puede acceder cualquier menor a través de cualquier dispositivo que no tenga las aplicaciones apropiadas de control parental. Y es aquí es cuando deberían saltar todas las alarmas.

El porno es un producto que se creó para que su consumidor final fuera un adulto, no un niño. Estos, nuestros pequeños, no tienen la capacidad de poder discernir que aquello que están consumiendo no se ajusta en muchos casos a una relación sana y consentida, y pueden pensar que aquello que están viendo es lo que debería ser una relación sexual futura.

El porno no es educación sexual. Mentes frágiles y fácilmente influenciables no deberían consumir escenas que, por ejemplo, simulan conductas no sólo tipificadas en nuestro Código Penal sino sancionadas con penas importantísimas. Alimentar ese tipo de fantasías es peligroso. Si nuestros menores están consumiendo un tipo de pornografía que erotiza la violencia tenemos un grave problema, lo queramos ver o no.

Intentar poner cierto coto a una industria que factura miles de millones de dólares al año parece un hito inalcanzable pero superar el pudor y hablar con nuestros menores se ha convertido actualmente en un imperativo.

Estamos mandando, como sociedad, mensajes contradictorios a nuestros niños. Pretendemos educar en la importancia del consentimiento en las relaciones sexuales, mientras que miramos a otro lado no queriendo entender que el porno parece ser la principal fuente de su educación sexual.

En esta, mi primera obra, “De los Reyes Magos” que he publicado en 2022, intento dar una visión holística del problema que plantea en nuestra sociedad un consumo desmedido de un porno inapropiado en niños y adolescentes, que no solo parece ser la fuente de su educación sexual sino que además podría estar detrás, junto con otros factores, de un número importante de agresiones sexuales. Igualmente hago un recorrido por los distintos peligros a los que se enfrentan los niños en las redes sociales.

Espero que este libro contribuya, en alguna medida, en proteger a los menores. De ellos depende el futuro de nuestra sociedad.

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