Una mesa en el AVE

Estoy en el tren, camino a Málaga, porque mañana imparto allí una ponencia sobre la (muy necesaria) protección de los menores frente a la violencia digital.

Tendría que estar leyendo un informe al respecto. Y, sin embargo, estoy disfrutando de lo que veo y oigo.

Nada más acomodarme en mi vagón, ha aparecido una señora de 85 años, a la que estaban auxiliando los del servicio de asistencia en viaje de Renfe. Finalmente, se ha sentado en la mesita de al lado y le he ayudado a subir su abrigo a la bandeja portaequipajes.

Ella tenía ganas de charlar, como ocurre normalmente con la gente de esta edad, así que, de manera muy amable, ha tratado de entablar conversación, antes de que arrancara el tren, con algunos de los pasajeros de los asientos aledaños, quienes ya estaban conectando sus ordenadores para trabajar durante el trayecto.

Y, en ese momento, han subido al mismo vagón tres jóvenes con sus monopatines, sus grandes mochilas y su, todavía más grande, energía. Alterando, con bullicio, la tranquilidad del tren.

Las miradas de los menos jóvenes no se hacían esperar…

Sin embargo, esos jóvenes han colocado con mucho cuidado sus pertenencias y, tras saludar con cariño a la que podría ser su abuela, le han cedido el asiento de la ventana, pues compartían una mesa de cuatro.

Ella les ha dicho que no les iba a molestar en el trayecto, y ellos, sonriendo, le han dicho que lo que esperaban era no molestarle a ella y que, si lo hacían, no dudara en decírselo.

Y así han empezado a charlar distendidamente esas dos generaciones, las que aún tienen tiempo de pararse a hablar con un joven o con una persona tan mayor. Esas dos generaciones hoy me han dado una lección.

“Más despacio, Beatriz, sin tantas prisas. No pierdas la humanidad y párate a escuchar a esas generaciones de las que tanto se puede aprender. Escucha al que te quiera hablar, seguramente tiene una lección valiosa que darte”.

Los menos jóvenes del tren han seguido inmersos en su trabajo, tecleando en sus ordenadores, o viendo una serie. Los jóvenes, sin embargo, charlan moderadamente en la mesa, sin ir pendientes de sus dispositivos, intentando no despertar a su compañera de viaje, que había cerrado sus ojos para descansar. Y yo, emocionada, escribo estas líneas.

El tren para en Córdoba, la abuela del tren abre sus ojos y los cuatro “amigos” retoman su conversación. Ella enseña las fotos de sus nietos y les comenta que tiene algunos problemas técnicos con el móvil. Ellos la están ayudando a gestionar la tecnología.

Orgullosa de esta juventud. Por más compañeros de viaje así.

Y qué importante es, también, no juzgar.