Mis padres fueron la mejor aplicación de control parental jamás creada

Ayer, en el transcurso de una ponencia que impartí en un colegio, para hablar del contenido de mi libro, “De los Reyes Magos al porno”, me preguntaron qué opinaba de las aplicaciones de control parental. Les contesté lo mismo que digo siempre: son útiles, pero no suficientes; si no hablamos con ellos no podremos protegerles.

En el coche, de camino a casa, mirando a mi madre que estaba sentada junto a mí pensé: mis padres fueron la mejor aplicación de control parental jamás creada.

Mi padre me llevaba a las discotecas y luego, aunque fingía irse a casa, se quedaba un rato controlando el entorno. Luego, volvía a recogerme sin importar la hora que fuera (una hora que fue aumentando a medida que yo no defraudaba su confianza). No hay aplicación de localización por GPS que supere aquello.

Por supuesto, al recogernos acercaba también a muchas de mis amigas para que no fueran andando solas por la calle y esperaba pacientemente a que entraran en su portal.

No existían aplicaciones para mandar la localización en tiempo real a una amiga, pero no hacía falta, estábamos todas en el coche de mi padre. O ya en casa.

En ese trayecto, mi padre aprovechaba para preguntarnos miles de cosas y se las contábamos. Digno interrogatorio propio de un agente especial del FBI: sutil y perfecta técnica de espionaje la de mi padre.

Qué decir de mi madre. Había dejado de fumar hacía muchos años, pero cuando llegábamos a casa con amigos y salíamos a fumar un cigarro (dentro de casa no nos dejaba; así fumábamos menos, pensaba), ella salía y se fumaba uno. Y si tomábamos una copa, ella también nos acompañaba.

Sin darnos cuenta, en ese ambiente relajado mi madre era una más del grupo, dándonos sensatos consejos, sin juzgarnos demasiado. No hay aplicación capaz de duplicar mensajes de WhatsApp que supere lo que mi madre sabía de todos nosotros.

Esa misma madre organizaba siempre fiestas en casa y así no necesitaba preguntar quiénes eran nuestros amigos, pues los conocía de sobra. Y tampoco tenía miedo de que cogieran el coche si habían bebido en esa fiesta. Ésa no era una opción porque si alguien había bebido, se quedaba a dormir en casa (ya se había encargado ella de confiscar las llaves de los coches que se dejaban siempre en la entrada).

¡Voy a ver si me descargo este “control parental”, ahora que mi hijo es un preadolescente!

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